espacio
a la imaginación.
Caminaba este yayo con
sus nietas por una anchurosa y larga playa, los pies se hundían en la caliente
arena, y le costaba caminar, pues los años también pesan y suponía un esfuerzo
levantarlos, pero él quería sentir el vaivén de las olas en esa inmensidad
salada y que le daba sensación de libertad, los pulmones se ensanchaban
respirando esa brisa húmeda, mezcla de aire y agua.
Al llegar a la orilla
las olas me acariciaba las pantorrillas si solo las pantorrillas pues sentía
ese cambio de temperatura,
Al lado mis nietas
muy atrevidas ellas con las manos chapoteaban y a este yayo le llegaban algunas
gotas que traspasaban el alma, pues para ese cuerpo con arrugas el agua estaba
muy fría, y con una paciencia (COMO EL SANTO JOB) Las decía no chapotear que mi
cuerpo siente frio, pero no me hacían caso, pero yo les seguía mirando cómo se
divertían, flotando como las esponjas, y los fondos también dominaban…como
buceaban y como buenas nadadoras se fueron alejando.
Que envidia, que
frustración, yo me senté en la arena donde el agua me rozaba los pies y
tranquilamente saque un bocadillo de la bolsa, lo cogí entre las manos
dispuesto a devorarlo, pero mis nietas se dieron cuenta de que el pan era
necesario para atraer a los peces y llegando hasta la orilla donde yo estaba,
me preguntan escucha yayo nos pudes dar ese pan que tiene entre las manos… para
que lo queréis pregunte…?
Pero viendo que con
mucha amabilidad y no exento de ingenuidad, no obtuve respuesta y se lo entregué, aunque…
yo me imaginaba para que lo querían y se adentraron mar adentro, lejos bastante
lejos y el pan lo iban desmigando.
Dios mío pero que ven
mis ojos los peces amontonados querían comer las migas que desmenuzaban, iban
jugando con la dichosa comida, el pan esquivaba las olas levantando los brazos
para que no sé deshiciera y así lo iban repartiendo a su modo y manera.
Yo con mis ansias de jugar como un niño, que solo
de lejos podía observar, aunque a mí me divertía, ver saltar a esos animalitos.
Luego mi atrevimiento se alzo.
Me despoje de la
vestimenta y con solo el bañador para ocultar ciertas partes del cuerpo me puse
a chapotear y poder llegar hasta ellas, y yo a mi mismo me preguntaba… pero que
haces insensato si no sabes nadar, bueno si la mitad que los peces (solo hacia
abajo) tenía la ilusión de jugar con ellos y a medida que iba mar adentro me
iba hundiendo ya solo asomaban por la superficie las manos y de cuando en
cuando la boca para coger aire.
De pronto se dieron
cuenta que ya no estaba en la orilla de la playa y vieron unas manos que pedían
ayuda, ellas que dominaban la natación, fueron velozmente al rescate y lo
consiguieron no si echarme una regañina y cogiéndome con sus brazos, como si
estuviera en una cuna, las olas me balanceaban y yo disfrutando de ese momento
como un niño y de cuando en cuando me soltaban pero ya no me hundía había
muchos peces, tantos que me hacían de flotador, y ellos con su boca recorrían
mis arrugas (digo yo que quizá encontraban algo) alguna célula muerta que para
ellos seria alimento, pero cuando llegaban a las plantas de los pies me hacían
cosquillas les daba alguna patada cariñosa y les decía en esas partes no…! Claro
está, que ellos nada entendían, y seguíamos disfrutando de ese momento. (Porque
la vida es un momento)
Ya tocaba retirada
decían mis nietas y migajas ya no quedaban,
los peces me seguía masajeando cosa que yo agradecía, pero…
MORALEJA:
ENTRE LAS ARRUGAS HABITABA
UN NIÑO QUE SE DURMIO.
JUAN GARCÍA INES
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