viernes, 1 de agosto de 2025

EL NIÑO QUE HABLABA CON LOS INSECTOS

 

              EL NIÑO QUE HABLABA CON LOS INSECTOS

Era un niño al que le gustaba mucho las cosas que le ofrecía la naturaleza. Caminaba por eriales, campos labrados, montes y praderas etc. A él le gustaba senderear, siempre y cuando las labores del campo y el colegio se lo permitían.

Le gustaba jugar con los insectos, tanto, tanto que incluso llegó a entablar conversación con algunos de ellos Un día, de los muchos que salía al campo, vio cómo una araña tejía una malla con un hilo que salía de la parte posterior de su abdomen. Él la miraba, diciendo: “¡Qué perfección!, la observaba y también se preguntaba: “¿Cómo es posible tanta inteligencia en estos seres irracionales? ¿O no son tan irracionales como los humanos creen? Pero esa malla tan bonita era una trampa para otros insectos. Ella estaba al acecho y, de pronto, sintió que su tejido vibraba. Vio cómo una mosca trataba de escapar, pero rápidamente la araña se fue hacia ella envolviéndola con ese hilo que ella tejía, dejándola inmóvil. El niño, muy triste, la preguntó: “¿Por qué haces esto?” A lo que la araña le contestó: “¡Tengo que comer, no! ¿O crees que vivo del aire?” El niño ya no la comentó más, estaba muy enfadada.

Él iba mirando al cielo, pues se estaba oscureciendo. Unas nubes muy negras ocultaban el sol y, como entendía mucho de fenómenos atmosféricos por estar mucho tiempo en el campo, decía: “¡Uuyyy! Esto parece una tormenta. Entre las nubes empezaron a salir relámpagos y truenos, unos segundos después. Eso demostraba que la tormenta estaba cerca, pues, aunque no tenía reloj, él contaba los segundos con su contador mental: tantos segundos, la tormenta está a tantos metros de distancia. Aunque pequeño, ya sabía multiplicar por trescientos cuarenta metros por segundo, que es la velocidad a la que corre el sonido.

En principio, su pensamiento era resguardarse en una chopera que estaba cerca, pero, como era experto en temas de la naturaleza, se dijo: “No, porque los rayos van buscando los puntos más altos. Los chopos eran uno de sus puntos elegidos”. Cambió de parecer y se encaminó hacia un corral que estaba un poco distanciado. Pasó mucho miedo; era un niño muy miedoso a las tormentas, incluso le daba miedo entrar en los corrales si estaba solo. Pero no tenía más remedio que ir a resguardarse de ese fenómeno natural. Conocía muy bien el terreno. Se iba acercando al corral donde cerraban ovejas y cabras. ¿Estará también el pastor? —se preguntó—. ¡Pero allí no había nadie! ¡Qué miedo, yo solo aquí! Pero se llevó una sorpresa: el corral estaba vacío. Sí, vacío. Ni pastor ni ovejas ni cabras, pero estaba lleno de pulgas.

Pulgas que saltaban de un lado a otro, oscureciendo su ropa y su piel por la cantidad que había. ¿Por qué hacéis esto? —les preguntó el niño—.

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Y, ¿qué podemos hacer si no? Es nuestro juego: picar y saltar, nos divierte. El niño, con toda su ingenuidad, volvió a preguntar: “¿Quiero hablar con la jefa?” A lo que, entre la multitud, salió una pulga y habló: “Yo soy la jefa, la que manda. ¿Qué pasa? Soy la más fuerte y a la que respetan. ¿Qué te parece?” —Pues no, no es verdad que seas la más fuerte—, dijo el niño—, el más fuerte aquí soy yo. Con una pisada, te puedo aplastar. —¡Vaa, inténtalo!—, retó la pulga. El niño intentó poner su albarca encima, pero ella dio un salto y se le puso en la cabeza. Y ahora, ¿qué? —Te voy a picar—, dijo la pulga. El niño no se lo podía creer y, con las manos, intentaba quitársela de encima. Pero mira—, le dice la pulga—, voy a ser muy buena contigo, porque me he enterado de que amas mucho a los insectos. ¿Cómo lo sabes? —preguntó el niño—. Yo me entero de todo. Hace unos días, aquí, en esta majada, te vi con una caña delgadita de trigo, la mojabas con saliva y la metías en el agujero de un grillo. El grillo se agarró a la caña y salió a la superficie. Yo te estaba mirando. Cogiste al grillo, con mucho cariño lo acariciaste y le hablaste. Pero no quisiste encerrarlo en un bote que llevabas contigo y, luego, llevártelo a tu casa para que cantara solo para ti. Lo dejaste en libertad para que cantara para todo ser viviente. Este hecho demuestra que amas la naturaleza, y por eso no te vamos a picar; te haremos cosquillas. La pulga, efectivamente, logró convencer a las demás y llamó a todas para que hicieran lo que ella había propuesto. El niño se revolcaba de risa, pero no podía quitarse a las pulgas de encima. En un momento de tanta risa, pudo decir unas palabras: “¡Mirar, podemos ser buenos amigos!” —Y, contestaron las pulgas a la vez, ¡sí, ya somos amigos! —¡Queréis callaros un momento!—, les dijo el niño, y habló con la pulga jefa, haciéndole una propuesta. Al ver que las gustaba saltar, preguntó: “¿Queréis hacer un campeonato de saltos?” —¿Y qué es eso?—, le preguntaron. —Pues mira, ponemos un pelo largo de cabra, como ese que está tirado en el suelo, lo atamos a dos cagarrutas. —Anda, anda—, dijeron las pulgas. —Pero si saltamos mucho, no te has dado cuenta de que hemos saltado hasta tu cabeza—. Es verdad. Bueno, déjame pensar un poco Escucha, las hormigas nos pueden ayudar. —¿Para qué?—. Pues mira, ellas, con sus pinzas, pueden cortar dos ramitas y atar el pelo de la cabra. —¿Y dónde las encontraré?—, preguntó la pulga jefa. —No te preocupes—, dijo el niño—. Saldré afuera y seguro que las encuentro.

Era una tarde calurosa y sus ojos no daban crédito a lo que veía: cientos de hormigas hacían una hilera larguísima, acarreando comida hasta su troje. Pero en la puerta estaban las hormigas, soldadas con sus pinzas, preparadas para el ataque.

El niño se le subían por las piernas. —¿Qué hacéis?—, preguntó. —Si yo no quiero haceros daño, solo quiero hablar con quién os manda—. —¿Para qué?—.

 

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Les contó lo que trataban de hacer con las pulgas. —Con esas no queremos saber nada , dijeron. Si no saben más que picar y molestar .

 Bueno, bueno, llamaremos a nuestra jefa. Cuando ella asomó por el agujero y vio al niño, se puso en guardia. —¿A qué vienes aquí?, le preguntó. El niño, muy humildemente, explicó lo que quería hacer. Solo pedimos que cortéis dos ramas y luego hagáis dos agujeros para ponerlos verticales y atar un pelo de cabra, para hacer una competición de saltos. —¿Qué me dices?, preguntó la hormiga jefa. Si nosotras no saltamos No, no, si no es para vosotras, es para las pulgas. Esto es algo nuevo , lo nunca visto, dijo la hormiga que mandaba en ese hormiguero. Pero bueno, vamos a colaborar en todo lo que podamos, añadió. Os lo agradezco. Sabía que no me lo negaríais. Nunca pensé que fuerais tan comprensivas sobre los demás insectos, porque tenéis fama de ser muy independientes y agresivas, la hormiga jefa le explicó: —La fama no tiene nada que ver con los hechos. Pero claro, si nos atacan, tenemos a nuestro ejército preparado para defendernos.

Pero vamos a centrarnos en estos juegos que tú has elegido, que me parecen estupendos. —Venga, manos a la obra—, dijo la hormiga soldado, y llamó a las obreras para que hicieran el trabajo. —¿Pero qué trabajo decian?—. —Es verdad, no os había contado nada—, explicó la hormiga a los soldados. Así, los soldados al frente y las obreras detrás, llegaron donde había unas cañas altas y delgadas. —¿Y por qué cañas y no ramas?—, preguntó el niño. —Mira—, respondió la hormiga—, las cañas pesan menos, así nos cuesta menos transportarlas. ¿No te parece bien? —Sí, sí, me parece muy bien—.

Empecemos a trabajar—, dijeron las hormigas soldado a las obreras. Sus pinzas cortaban muchas cañas. Nadie les había dicho que solo eran dos, pero ellas seguían cortando y cortando. Ya tenían un buen montón. Pero, casualidad o no, la jefa fue a dar un paseo y vio lo que estaban haciendo. —¡Solo eran dos!—, les dijeron las hormigas soldados. —Es verdad, llevo tantas cosas en la cabeza y esto me ha trastocado un poco los planes—, respondió la hormiga jefa. —Yo nunca esperaba un encargo así—. —Llevar solo dos ramas, o mejor, dos cañas—. ¿Por qué no llevamos todas?—, sugirió una hormiga soldado—. Y las ponemos debajo, así, cuando salten, no se harán daño. —Muy inteligente—, reconoció la hormiga jefa—. Lo haremos así.

Las hormigas obreras cogieron las cañas y las llevaron al corral donde estaban las pulgas. Al verlas, estas saltaron a lo alto de los machones que sostenían el tejado. —No tengáis miedo—, dijo la hormiga jefa—.

 

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Venimos a atar un pelo de cabra entre dos cañas, como nos ha encargado el niño. Después, queremos ver el espectáculo.

 ¿Nos permitís quedarnos? —Por supuesto—, respondieron. —Serán unos juegos con hormigas como espectadoras, y los grillos harán de orquesta—.

Las hormigas obreras se pusieron a trabajar. Hicieron dos agujeros y colocaron las cañas en posición vertical. Luego, ataron un pelo de cabra a las cañas. —Ya está todo montado—, dijo la hormiga jefa. —¿No teníamos que poner las cañas sobrantes en el suelo?—, preguntó una hormiga. —Para que cuando salten, no se hagan daño—. —Muy bien—, dijeron todas.

Formaron dos equipos: la pulga jefa comentó al niño: —Me parece genial lo que has montado, pero yo no voy a saltar porque soy muy vieja y me puedo romper algún hueso. —Pero si eres invertebrada—, dijo el niño con mucha gracia—, mira, mira qué largas son mis patas. —Es verdad—, respondió la pulga—, pero si tienes miedo, no saltes. Nosotros haremos de árbitros.

—¿Y eso qué es?—. —Bueno, mira, te lo explicaré—. Cuando hay una competición, los árbitros hacen cumplir las normas y declaran quién gana. Tú estarás atenta, y si hay alguna duda, tú decidirás. —¡Uyyy, en qué lío me has metido!—, exclamó el niño—. Pero no te preocupes, te ayudaré.

—¡Empieza la competición!—, dijo el niño. —¡Yaaa!—, saltaba una hormiga, luego otra, y otra, y otra, mientras las demás aplaudían por la exhibición. Los grillos no paraban de cantar; los saltos que daban eran dignos de admirar. Las hormigas comentaban: —¡Qué increíble! ¡Ojalá pudiéramos saltar así!—. La naturaleza es sabia y sabe lo que hace, decía la hormiga jefa.

Todo esto lo debemos a este niño, que trata de unirnos de alguna manera; él que ama a todos los seres vivos y, entre ellos, a nosotras, aunque a veces seamos molestas y piconas. La competición quedó en empate.

—Me tengo que marchar—, dijo el niño a las pulgas, hormigas y grillos—, pero, ¿adónde vas? Que estés mejor que aquí, a nuestro lado—. —Sí, pero tengo otras obligaciones—. —Yo os seguiré protegiendo—, añadió—. Estaré en el campo. Si queréis, podéis venir a visitarme.

Se despidió de todos ellos. Las pulgas saltaron como locas, aunque tristes. Las hormigas, en hilera, retornaron a su troje cabizbajas. Los grillos cantaban en señal de despedida, y el niño, alejándose, se fue.

Se acabo lo imaginado, entre la realidad y ficción, este cuento a terminado

Fecha: 22/06/2022                          Autor: JUAN GARCÍA INÉS

 

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