EL SEGADOR
Aquellos amaneceres,
de malta, aguardiente y sueño,
al hombro zoqueta y hoz,
y el alba arqueando el ceño.
Golpe de hoz manada y paso,
y el calor sudando estaba,
el aire se sentó en el silencio,
mientras la chicharra cantaba.
Como temblaban las mieses,
no empujan viento tus manos,
tus dedos su
agonía apuñaba,
en aquellos viejos veranos.
Ruedan gotas tus arroyos,
tus poros son manantiales,
mientras ibas amputando,
los campos de cereales.
Desnudos quedan los surcos,
tu mano vestida estaba,
de aguijones de aquellos cardos,
cuando la siega se acaba.
Juan
García Ines
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